3 de agosto de 2010

Contra la avaricia, generosidad II.

La primera parte está aquí.

No soy capaz de describir en toda su extensión el sentimiento emocionante que me embargó ante la hospitalidad y la calidez de los paisanos. Podemos preguntarnos por qué la gente es amable y dadivosa, y respondernos cínicamente que algún interés pecuniario deben tener, pues el Camino es negocio para muchos de ellos. Pero curiosamente, aparte de que nadie abusa, te ofrecen mucho más que una comida o alojamiento a cambio de tu dinero. En primer lugar, te dan respeto. Los lugareños viven se existencia cotidiana -llevar las vacas a pastar o el trigo a moler, ir al bar a jugar a las cartas, preocuparse por el futuro de sus hijos- entrelazada con el paso de caminantes de todas las nacionalidades. Este rosario de personajes que pisan sis tierras o comen en sus establecimientos forman parte de su paisaje habitual y son para ellos el intercambio con la realidad de otros mundos.

En palabras de Carmen la de Renche, cuando llega septiembre y los peregrinos menguan, la vida es más aburrida y triste. Echan de menos a los franceses, alemanes, italianos, japoneses, portugueses, americanos...,con los que, a pesar de la dificultad del idioma, saben establecer una comunicación especial: la del cariño, la de considerarse caminantes de los mismo senderos y ciudadanos del mismo planeta. ¿Qué nos dan con generosidad ilimitada? Un abrazo fraternal sin conocer quiénes somos, sin haberles tenido que demostrar nada.

En cualquier bar aparece alguien que espontáneamente te invita a unos aguardientes, que con gracia natural te cuenta su vida y te escucha la tuya. Sus problemas son, de pronto, tus problemas, y quieres darles todo, pues sientes que ellos, en lo que tienen, te lo está dando a ti con creces. Y esa entrega es hermosamente ingenua y sincera. Saben ser personas sin necesidad de tener posesiones y ofrecen sus tesoros a quienes pasan por la orilla de su playa. Su comida, su vino, su palabra, su sonrisa abierta, su filosofía. Y con ese dar te están ofreciendo el más incalculable regalo: razones poderosas para relativizar la avaricia y una lección de generosidad que deja huella.

1 comentario:

Paco dijo...

absolutamente sin palabras...