31 de julio de 2010

Contra la avaricia, generosidad.

No sé lo que les pasará a ustedes, pero yo he llegado a una conclusión bastante dura: me he dado cuenta de que, consciente o inconscientemente, vivo creyendo en el poder omnímodo del dinero, o sea, que teniendo con qué pagar me veo poderoso y autosuficiente. Como si mi mejor patrimonio personal fuese mi cuenta corriente. Bien es cierto que el dinero es una herramienta  útil y necesaria, pero a menudo nos hace olvidar cuánto valemos más allá de nuestra billetera. El dinero no deja de ser una representación  de quieres somos, pero no define quienes somos realmente.

En el Camino de Santiago pierde su protagonismo, se necesita poco. No se gasta gasolina, más que la de nuestros pies; tampoco te cobran en los albergues; y siempre se encuentra algún restaurante que ofrece un opíparo menú  casero por un modesto precio, no para chillar de horror. Pero viajar barato, aun siendo un chollo en sí mismo, no es lo mejor de Camino. Para quien está acostumbrado a moverse en plan austero, tal vez esta experiencia resulte una más en su planteamiento logístico de la vida. Y en el lado opuesto, para quien está acostumbrado a ir a lo grande, puede suponer un golpe a su vanidad.

En ambos casos, esta aventura jacobea puede darles la vuelta a sus prejuicios de un modo radical. Los que viven con lo justo pueden descubrir que tienen mayores y mejores valores en su haber, y lo que viven con holgura, que el dinero a veces impide que la felicidad aflore desde sis fuentes más auténticas.

La avaricia, al igual que la gula, es un intento sustitutorio de cubrir el hueco de necesidades afectivas y espirituales latentes. Sabemos que la acumulación de objetos y bienes no conforta ni subsana ese anhelo, aunque amontonando riquezas no solventamos el conflicto, la avaricia se incrementa, se vuelve más insaciable cuanto más exigua es nuestra vida emocional. Que tiene dinero tiene poder, es cierto, pero nada más que eso. Ah, y muchos cuartos de baño que no podrá usar, pues solo tenemos unas posaderas, y el hombre, siendo un animal de costumbres, tiende a usar el mismo retrete siempre.

Ser avaro en el Camino es inútil. No vale para nada. Y esa circunstancia es del todo saludable y milagrosa. Los milagros del Apóstol no son los que la leyenda cuenta, sino aquellos que el peregrino se encuentra andando; sólo gay que dejarse llevar y llegarán a nuestro encuentro. Como seres humanos tenemos un patrimonio ilimitado de cualidades y herramientas para la felicidad. Nuestra más admirable tarjeta de presentación no es un trozo de plástico con una banda magnética y una firma. Es nuestro ser entero, nuestra capacidad para encontrarnos con los otros dando lo que tenemos. << El amor no tiene nada que ver con lo que uno espera obtener, sino con lo que espera dar, que es todo>>, decía Katherin Hepburn. Esta frase podría considerarse como el leit-motiv de la andadura. Si alguna virtud tiene el viaje es la asunción del valor de la generosidad como vía para sentirnos afectivamente plenos.

2 comentarios:

Paco dijo...

Miguel... dejando a un lado la calidad del mensaje, que es infinita, me gustaría resaltar la calidad del texto... cada día escribes mejor tío

Vai Soli dijo...

Hombre sería un poco injusto de mi parte apropiarme esta obra de arte!! jeje mañana lo arreglo y se lo agradezco a su autora!